"Neuronas peligrosas" artículo de Blanca Mart
Neuronas
Peligrosas
por
Blanca
Mart
Dice Theodore Sturgeon en
su novela Más que humano (1953):
¿Y
sois vosotros… somos nosotros… los autores de todas las conquistas De la
Humanidad? …. Se vio a sí mismo como un
átomo y vio a su Gestalt como una molécula….. Y humildemente, se unió a ellos.
Los
protagonistas que nos presenta Sturgeon, son cinco originales personajes: un
débil mental llamado Lone, dos gemelitas negras capaces de teletransportarse,
Beanie y Bonni; una niña blanca, Janie,
con poderes telekinésicos. Cuando los padres adoptivos de Lone consiguen tener
un bebé, resulta ser un ser extraño, capaz de conocer todas las respuestas.
Lone lo toma a su cargo y convive con él
en el bosque.
Hay
un factor común en esta curiosa sociedad: todos los integrantes son niños
maltratados y se hallan en la búsqueda de un refugio y una identidad. Cuando
tras diversas vicisitudes todos se reúnen, el bebé, que crece en tamaño pero
siempre es un bebé, actúa de intercomunicador entre todos ellos. Sus cerebros se
comunican. Como dice Janie: coengranan.
Hasta
que un día Lone recoge a otro niño, un muchachito huérfano lleno de miedos y de
odio. Cuando muera Lone, este niño, Gerry, será el cerebro del grupo. Su mente
es poderosa e hipnótica. En esos momentos, el cerebro del grupo es un perverso
infantil, capaz de controlar las mentes de
toda la humanidad. Pero llegará otro elemento, Hip Barrows, que durante
un tiempo será el enemigo del cerebro. Hasta que les dé cohesión. Hasta que
todos coengranen. En el momento en
que todos los individuos de esta simbiosis coengranen
perfectamente, aparecerá un nuevo ser en la evolución humana: el Homo Gestalt.
Este
ser será un nuevo eslabón. Una evolución psíquica con una moral nueva: un etos, como propone Hip, un código basado
en la sabiduría y no en la obediencia. Una ética que le va a permitir
sobrevivir como ser humano y como especie.
Podríamos
citar numerosos ejemplos en la narrativa de ciencia ficción, en que la búsqueda
experimental o de cambio o de futuro se plasma en algo tan cercano como el
cerebro. En esta excelente obra,
Sturgeon nos presenta un paso más en la evolución, una Gestalt. Y
esta es solo una de sus lecturas pues
esta rica novela tiene muchos registros y diferentes áreas dignas de estudio.
En contrapartida podemos leer sobre otro cerebro en el que nada está ordenado,
previsto y estructurado y nos permite adentramos en un mundo loco, kafkiano,
simple, complejo, divertido, pues el disparate, casi esperpéntico, consigue sus
más excelentes resultados a través del “desmemorie”, la desorientación temporal
y el absurdo. Estamos hablando de las numerosas novelas del Piloto Jim, del autor Tony Jim Jr.
Hay
dos factores cerebrales que rigen la actitud del piloto: la memoria selectiva (pues sólo recuerda algunas cosas) y la desorientación, lo que es paradójico
pues es piloto espacial y debe pilotar diferentes naves surcando el universo y
también realizar misiones en mundos desconocidos. Según surgen las numerosas
aventuras, aparecen numerosos instrumentos con los que el piloto se auxilia:
TUP (para cambiar de tiempo y lugar), el
ADA (alterador de apariencia), la pistola aturdidora, la agrandadora, la
reductora… y el lector espera que ese
cerebro, de composición y estructura fantásticamente aleatoria se equivoque.
Pero, no, (o casi nunca: no); lo que nos congratula.
Entramos
en otro universo cuando nos acercamos a la obra de Begoña Perez Ruiz. Tomemos
uno de sus cuentos: ¿Sueñan las heroínas
con mujeres que arrastran cajas? Para no explicar en demasía el argumento
diremos simplemente que diferentes seres están encerrados, dormidos, en las ya clásicas cápsulas de sueño en una
gigantesca nave. Son objeto de estudio y navegantes sin fin. ¿Qué ocurrirá? De
momento lo que ocurre es que en el registro de sueños, se detecta el mismo
sueño compartido por dos mujeres hibernadas en diferentes cápsulas. ¿Cómo se
han podido conectar los cerebros, o las mentes o la proyección onírica?, ¿qué
misterio científico plantea la autora?
No
es la única vez que Begoña Pérez Ruiz nos provoca con andanzas cerebrales.
Hablemos ahora de su protagonista preferido: Cornis Bomper, el mejor chef del
Universo, que en sus temporadas bajas tiene el inquietante trabajo de asesino a
sueldo. Práctico, decidido y dispuesto a cualquier aventura pagada
adecuadamente; con buena planta y más listo de lo que parece a primera vista.
Pero
atención, ¿qué ocurre cuando Bomper viaja a un mundo llamado Nada. El título
del cuento es, “El mundo donde nada
tiene nombre”. Como mínimo es un
lugar algo complejo para una mente simple. Bomper se enfrenta por primera
vez al bagaje del significado o
asignificado, si esa palabra existiera. Puede pelear y buscar al hombre que
persigue y tratar de seguir las órdenes de su guapa y autoritaria jefa, pero no
puede tolerar que el aire de esa ciudad
entre en su cuerpo y le hable a su cerebro, y él se defiende, pues, es quien
es. En realidad, ¿es quién es?
“Todo lo que va a ese mundo es absorbido –le
habían dicho- por la gran nada perdiendo
todo lo que es. Y aun así, para algunos, esa pérdida de todo nombre supone la
mayor liberación, el mejor de los mundos”.
“La naturaleza
abstracta de Nada, golpeaba mi mente” –se desespera el aventurero.
Irritación, punzadas, calambres en la cabeza, como descargas eléctricas. Bomper
sabe que a una mente simple como la suya Nada, no le puede afectar. Entonces
¿por qué ya no desea ser un asesino?
En la novela de mi autoría publicada por primera vez en
1998, “La era de los clones”, las mentes poderosas de dos científicas clónicas
(una ha creado a la otra) se conectan a través de unas computadoras, en lo que
se llama un viaje, un axiogemelar de hélice doble. Ambas son poderosas telépatas,
experimentadas científicas especializadas en clonación, aun así desean entrar
en las capas más profundas del cerebro. Desean experimentar. Llegar más lejos,
y olvidan el precio a pagar.
Todo eso enfurece a Al Braker, el mejor piloto del Universo, práctico,
decidido, aventurero (si la aventura merece la pena); buena planta, y enamorado (sin saberlo, claro)
de la mejor xenóloga del Universo. Para él la cosa está clara:
“He oído de eso- masculló el piloto-.
Es una locura. Se necesita una droga, o una máquina o una barbaridad de esas…
¿no?”
“Sí así es. Hay que
tomar dos tipos de drogas: un potenciador mental y un sedante. La mente que va
a recibir al visitante debe estar dispuesta para recibirle, si no, puede
provocar un estado de shock… a veces permanente”.
A
Braker no le gustan los experimentos, ni la hibernación; desconfía de los clones y de los ciborgs. Pero sobre todo
desconfía de los científicos.
“¿Ustedes no tienen
fin, eh? -se burló, Al”.
Y aún no sabe que le van a presentar una propuesta:
desean abrir su mente, buscar en su cerebro, pues en él está grabado un código
salvador, ¿salvador para quién? porque él no está dispuesto a consentir
semejante tropelía y los titanes de Orsini, que no son científicos, y quieren
ver sus neuronas, no tienen todo el tiempo del mundo.
Vemos
que son duras las vidas de los pilotos que surcan el Espacio Exterior. Ni el piloto Jim, ni Bomper, ni Braker son precisamente intelectuales, pero parece
que siempre son codiciados por sus invaluables cerebros. Otra paradoja de la
literatura espacial.
Querría citar también aquí, un cuento que me publicaron
en el año, 1997, en el número 11, de la revista Asimov ciencia ficción de México. El cuento se titula Droga Roja. Alan el detective y Kenu el
científico, se enfrentan por la posesión
del diseño de unas cápsulas rojas, ese alambre plateado que permite conectar el
cerebro a las computadoras. Y así el científico se explica:
“Estudiando
el código genético se aplica la dosis adecuada para conseguir la respuesta que se solicita. Exactamente la respuesta
conductual que uno quiera… pero si usted pasa la información resultante al
disquete adecuado y lo introduce en un procesador cibernético modelo puntual
con sesgo 1814… puede obtener un “punto; así les llamo. Siempre trabajo con el
punto y su réplica. ……………………………. en el punto……… está el ADN de ese ser, su
respuesta, y la dosis para que actúe según deseemos………buscará el camino del
cerebro. Si tiene un procesador 1814, introduce en el drive un punto gemelo,
inmediatamente se adapta a la máquina. ¿Comprende lo que le estoy diciendo?
-Más o menos y no
me gusta.
Alan, el detective, es un terrestre simple al que no le
gusta que se ande jugueteando con las neuronas, ni que las cosas se compliquen,
ni la historia esa del control de mentes así que, arrastra, algo rudamente, al
científico a la Central cibernética.
“Los cibernéticos,
son pacíficos. Solamente gente buscando soluciones en las redes. Los desesperados
poetas de este siglo, vaya”.
Los cibernéticos se van a encargar del problema. Nada de
control mental, ni control de masas, ni salvajadas de esas. Asunto solucionado.
Voy
ahora, a referirme a un cuento, que cito
con cierta frecuencia, Único de
Begoña Pérez Ruiz, cuyo protagonista es Microb. Para situarnos en su realidad
se hace necesario explicar que Microb ha sido construido por Zahirus, el
heterodoxo científico que compró un planeta y creó una raza de ciborgs.
Microb es una creación muy especial, pues su mundo lógico
se ve asaltado por la reflexión y la duda. Sólo cuando su creador le explica
que es una mutación, quizás un paso en la evolución, comprende el peso que
tiene sobre él, pues quiere ser único
pero no importante.
Enredado en la compresión de una mente asesina, como
agente policial, Microb cumple la investigación y su trabajo. Bien, esa es una
realidad. Pero siempre sigue latente otra investigación inmersa en esa mente
poderosa que tiene una exigencia mayor. El ciborg empieza a estudiar a Santo
Tomás de Aquino. Y, por comprender al asesino, continuará su búsqueda para
comprenderse a sí mismo. Es su mente la que tiene hambre de unicidad, de trascendencia.
Uno
de los aspectos más interesantes del argumento radica en esa búsqueda
metafísica en la que el ciborg se embarca, no sólo respecto o su angustia o a
los sentimientos que asume como parte de su creación, sino a la búsqueda
filosófica, final.
Por
último desearía citar el cuento de Mº concepción Regueiro, titulado Turno de Noche. En él la autora, nos
brinda una curiosa historia de enfermeras, mafiosos, y ancianos que habitan en
una residencia. Aparte de la trama, por no desvelar aquí el argumento, hay una
idea poderosa que nos impacta: ¿qué consecuencias inesperadas tiene un
medicamento para el alzheimer?, ¿qué puede ocurrir con los medicamentos, si
jugamos con ellos en ese territorio
desconocido que es el cerebro?
Y como Microb, el ciborg filósofo, nos
quedamos en suspenso, reflexionando sobre nuestra propia esencia, o como
Sturgeon, intuimos las posibilidades de la evolución.
Ustedes no tienen fin, eh? Así
dice el piloto austral, Al Braker,
desafiando a los científicos.
Hay que añadir que, al
menos por lo que respecta a los escritores de ciencia ficción, así ocurre: las
propuestas científicas, imaginarias, provocadoras, parecen infinitas, no tienen
fin. Cada una de ellas es una puerta abierta, y cruzarla un desafío a nuestra
zona de confort, pues ¿Quién se atreve a cuestionar cada detalle del universo?
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