Cuento portugués: "La casa de las almas"
Continuamos con la colaboración entre la web portuguesa "Contos de terror" y este grupo, publicando relatos de ellos aquí y nuestros allí.
https://www.contosdeterror.site/
Publicamos el cuento
titulado “La casa de las almas”
Luiz Poleto
Traducción: Ângelo Brea
Para
Leonardo Nunes Nunes, Paulo Soriano y Henry Evaristo.
Nadie
sabe en realidad cuando fue construida, pero todos saben que fue desacralizada en
extrañas circunstancias, no explicadas de forma convincente hasta el día de
hoy. Pero, con independencia de esa circunstancia, allá está ella, sola en el
medio del campo, con apenas una estrecha carretera de tierra, que en el pasado
era el único camino en medio de la rala maleza que llevaba hasta el portón
principal de la iglesia de Tampadas.
Tampadas
es el nombre de la pequeña aldea localizada en el interior del país. Una pequeña
ciudad que aún no tiene luz eléctrica y casi ni población — muchos se fueron
después del cierre de la iglesia —, y los que aún viven allí no se acercan a la
iglesia, a causa de su aspecto sombrío y desolado.
Aunque
la población local evite la iglesia, el aviso de que nadie se aproxime a ella
es parte de la tradición oral de aquel pueblo, y los forasteros que por
casualidad pasan por allí no tienen conocimiento de la historia de aquella
iglesia. De hecho, muchos ni siquiera conocen que hay allí una iglesia. Se
cuenta que las personas que se aventuran por allí no vuelven a ser vistas nunca
más.
Un
día, uno de esos viajeros llegó hasta la pequeña aldea caminando. Portaba
únicamente una mochila de viaje y una máquina fotográfica colgada del cuello. Llegó
hasta el único bar existente, bebió un refresco con tanta sed que parecía que
no bebía nada desde hacía días y, cuando terminó, trabó conversación con
algunas personas que se encontraban en el local, haciendo preguntas sobre la
aldea, su modo de vida y otras cosas sin demasiada relevancia. Después de oír
las respuestas, comentó que estaba de vacaciones y que estaba haciendo un viaje
por Brasil, visitando las ciudades y aldeas del interior, sacando fotos y
escribiendo un diario. Después de dos o tres horas de conversación y de hacer
muchas fotos, pagó la bebida y salió del local. Cuando estaba en la carretera
de salida de la aldea, vio una estrecha carretera de tierra, ya cubierta por
los arbustos que crecían a ambos lados y que casi escondían la entrada. Sin
nadie cerca, el extraño resolvió recorrer aquel camino, curioso para saber a
dónde iría a dar, ya que las casas y el pequeño comercio de la aldea se
encontraban concentrados en la extremidad sur. Con mucha dificultad, caminó
durante unos diez minutos, hasta salir a campo abierto. Aquel espacio estaba
cercado por algunos árboles que parecían tan viejos como la propia humanidad.
Algunos tenían los troncos retorcidos, otros presentaban troncos que parecían
haber sido quemados; pero todos aquellos árboles tenían en común el hecho de no
tener hojas.
Al
mirar alrededor, encontró, a algunos metros frente al camino, una pilastra de
piedra con cuatro o cinco metros de altura, que servía de pedestal a un ángel
de mármol que un día había sido blanco, pero que ahora estaba cubierto de
tierra y por las marcas de la lluvia y del tiempo. Había algo en la expresión
del ángel, que miraba para arriba, que lo entristeció y lo dejó con un
angustioso sentimiento de soledad. Llegó a pensar que el ángel se había echado
a llorar cuando había mirado hacia él. Algunos metros más adelante vio una
iglesia, con un aspecto sombrío y de abandono. Sus paredes de piedra ya
mostraban el cruel paso del tiempo. La entrada principal consistía en una
puerta de dos batientes pintada de azul, ya desgastada y muy deteriorada. Dos
pequeñas ventanas se abrían, como ojos atentos, a ambos lados de la puerta.
Extendiéndose verticalmente sobre el tejado había una torre, en la cual se
podía observar la gran campana de bronce totalmente inmóvil, como si estuviera
en un eterno reposo. Acercándose más, se dio cuenta que el portón principal
estaba cerrado y no parecía haber nadie por allí cerca. Al forzar algo la
puerta, esta se abrió, dando paso a la nave principal.
La
única iluminación dentro de la iglesia provenía de los rayos de sol que pasaban
a través de las pequeñas ventanas, sin cristales, en las paredes laterales.
Marcas de agua que hace mucho tiempo habían corrido por allí, indicaban un
problema en el tejado, y hacían que las paredes tuviesen un aspecto
melancólico. Los bancos de madera ya estaban casi totalmente carcomidos por las
termitas. Encantado con la belleza siniestra del lugar, el extraño sacó algunas
fotos, y se dirigió a lo que parecía ser la sacristía, al final de uno de los
pasillos.
Cuando
el extraño cruzó la puerta, un poco de curiosidad y de asombro sustituyó a su
anterior estado de entusiasmo. La sala, que debía tener unos quince metros
cuadrados, tenía las cuatro paredes cubiertas por fotografías antiguas, todas
con un tono sepia, enmarcadas con hermosos marcos, todos realizados
artesanalmente, y, aunque aparentasen estar allí hacía mucho tiempo, aún
mantenían un buen estado de conservación. Del suelo hasta el techo, todo estaba
cubierto por fotografías. Todas las fotos eran de familias, aunque no había
ningún texto que las identificase.
Durante
algunos minutos el extraño permaneció allí, mirando las fotos, apreciando aquel
aire nostálgico, admirando aquella extraña tristeza en el rostro de las personas,
que, curiosamente, no sonreían en ninguna de ellas. Algunas de aquellas
fotografías aparentaban ser de la década de los 20, otras de los 30, pero
seguramente ninguna de ellas era posterior a los años 40.
Después
de observar rápidamente las fotografías, acabó por pararse delante de una, que
quizá había sido escogida aleatoriamente, o apenas había llamado su atención
por cualquier motivo. En la foto, una familia de nueve personas posaba de forma
casi mecánica. Como si estudiase la foto, el extraño permaneció allí, durante
unos minutos, analizando cada detalle de la foto. Con los ojos llenos de
lágrimas y un sentimiento de vacío, profirió un exabrupto al mismo tiempo que
saltaba hacia atrás, cuando se dio cuenta de que uno de los niños de la foto había
comenzado a llorar. Se restregó los ojos, creyendo estar viendo visiones, y
sacudió la cabeza, pero se dio cuenta de que no sólo el niño lloraba, sino que
el resto de las personas de la familia gritaban en extrema agonía, con el dolor
estampado en sus rostros. Al mismo tiempo, parecían desesperados por salir de
la foto.
Perturbado
todavía por la visión que acababa de tener, miró a su alrededor y notó que en
todas las fotos se repetía la escena: todas las personas gritaban, lloraban e
intentaban desesperadamente salir de sus pequeñas prisiones. El sonido del
llanto de los niños y de los adultos mezclado con los gritos de agonía eran
como un cuchillo que atravesaba su cerebro. En aquel momento se arrodilló,
tapando lo mejor que pudo los oídos y cerró los ojos. Lloró, como si él también
estuviese preso en un marco hecho artesanalmente. Algún tiempo después (no
sabría decir si habían sido minutos u horas) se levantó, pero todavía sentía la
desesperación de las personas a su alrededor. Eran personas, ¿o no? ¿O eran
únicamente sus almas aprisionadas en una foto, o lo que parecía ser una foto?
No
pudiendo soportar más la agonía de estar confinado en aquella pequeña sala,
corrió, dirigiéndose a la puerta por la que había entrado. Pero sólo tuvo que
girarse para reparar que no había ninguna puerta allí. Las cuatro paredes
estaban cubiertas por fotografías, y no había ni puertas ni ventanas por las
que salir. Gritando, se lanzó con desesperación contra las paredes, intentando,
inútilmente, encontrar una forma de escapar de aquel lugar. Con bruscos
movimientos, lanzó las fotos lejos de las paredes, pero, por cada
portarretratos que caía, uno nuevo surgía en su lugar, y más y más personas
gritando, llorando, en una sinfonía desafinada.
Sin
cualquier esperanza de escapar de aquel lugar misterioso, después de mucho
gritar y llorar, notó que en una de las paredes había un marco con una foto en
la que no había nadie, únicamente una habitación. Analizó aquel extraño objeto
desde más cerca, al mismo tiempo que intentaba entender lo que ocurría en aquel
lugar. Notó en la habitación de aquella foto alguna familiaridad, y,
nuevamente, entró en pánico: aquel cuarto había sido el suyo cuando era
pequeño. La misma cama, la misma alfombra en forma de payaso, la misma ventana
cerca de la cama. En aquel momento, el pánico fue superado por la nostalgia.
Nostalgia de tiempos que ya nunca volverían y entender que el objetivo de
cualquier fotografía era congelar un determinado momento en el tiempo. Un
momento que nunca más será olvidado y quedará allí para siempre. Entonces
recordó cuántos momentos había deseado haber congelado en el tiempo.
Cerró los ojos y la sacristía fue bañada por una inmensa claridad, una intensa fulguración roja. Cuando se apagó, el cuarto había regresado a su anterior estado. La puerta se encontraba en el mismo lugar que se encontraba cuando el extraño la cruzó. El extraño, sin embargo, ya no estaba allí. Ahora él hacía parte de aquel inmenso mural nostálgico y, en ese mismo instante, él había regresado a la habitación que había sido suya cuando tenía tres años de edad. Pasaría toda la eternidad prisionero en aquel lugar, y tal vez un día implorase salir de allí, de la misma manera que todas las otras personas que también hacían parte de aquel lugar.
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