Cuento portugués: "Una partida de ajedrez contra el diablo"
Continuamos con la colaboración entre la web portuguesa "Contos de terror" y este grupo, publicando relatos de ellos aquí y nuestros allí.
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Publicamos el cuento titulado "Una partida de ajedrez contra el diablo"
UNA PARTIDA DE AJEDREZ CONTRA EL DIABLO
Luciano Barreto
Traducción de
Ângelo Brea
En cierta ocasión, dentro del círculo de exajedrecistas
al que pertenezco, una persona que tenía una estrecha relación con el ajedrez
relató una historia bastante macabra. No recuerdo su nombre, porque él había venido
a participar en un torneo de ajedrecistas aficionados en la ciudad de Río de
Janeiro y sus resultados en el torneo no fueron demasiado satisfactorios. Además,
conozco únicamente los nombres de dos o tres protagonistas de la historia. No
obstante, recuerdo que ese señor aparentaba tener entre sesenta y setenta años,
tenía un leve acento hispánico y conservaba una hirsuta barba gris.
Uno de los protagonistas del relato se llamaba Castor Z.
Baldez, español de Gijón y detentor del título de Gran Maestro Internacional de
Ajedrez. El otro era el Diablo. Nuestro narrador dijo que Baldez era un hombre recluido,
ya que padecía esporádicas crisis de esquizofrenia. Aunque tímido e
introvertido, Baldez revelaba – para algunos amigos y de manera informal –
ciertas artimañas sobre el arte ajedrecístico. Como era hijo único y huérfano
de padre y madre, Castor era un hombre solitario que no mantenía contacto con
sus parientes, ya que no guardaba ningún sentimiento especial hacia ellos.
Nuestro narrador
contó que un día Castor Baldez apareció en la casa de un amigo, en Gijón, bien
entrada la noche. Baldez tenía el rostro blanco y los ojos inyectados de
terror. En un mano un tablero, en la otra un reloj de ajedrez y treinta y dos
piezas metidas en una bolsa de cuero. Como un niño, había pedido pasar la noche
en la residencia de su mejor amigo, que también era su médico, porque no se
sentía bien aquella noche. El amigo no negó abrigo al visitante en el salón de
su residencia.
Con ojos que
denunciaban la verdad, el viejo barbudo dijo que el médico se había levantado
exactamente dos veces durante la madrugada para orinar y había visto a Baldez
jugando en solitario al ajedrez. La segunda vez, el amigo abordó al
exajedrecista para saber el motivo que le mantenía insomne al punto de
permanecer practicando ajedrez hasta la madrugada.
Nuestro contador de historias abrió mucho los ojos,
esperando ver algún misterio en el lugar donde nos encontrábamos y garantizó
que Castor Baldez había dicho que se estaba preparando para un desafío de
ajedrez. Y que el médico, lógicamente, quiso saber detalles sobre el desafío y
preguntó sobre el adversario y, también, sobre cuando sería la partida. Con
rapidez, el GM Castor Baldez había dicho que iba a comenzar en cinco minutos,
en el lugar donde ambos estaban y la partida sería contra el Diablo.
Se nos reveló que el médico había titubeado al oír la
verdad de su amigo, pero que, ciertamente, Baldez estaba cayendo en otra crisis
de esquizofrenia. Así, el médico resolvió no contrariar al amigo enfermo y le
dijo que se iría a dormir para no molestar en aquella disputa nocturna.
Extrañamente, el Gran Maestro había agradecido esto con efusivos gestos. El
amigo se retiró de la habitación, quedando inmerso en una penumbra que
ennegrecía parte del pasillo de su residencia. Desde allí, él pudo deslindar el
desarrollo esquizofrénico de los hechos sin que su amigo pudiese verlo. Nuestro
narrador enfatizó, con las manos seniles extendidas hacia arriba, que Baldez no
podía conocer la posición de su amigo en el pasillo.
El señor barbudo continuó
la historia diciendo que el gran Maestro Castor Baldez había abierto la puerta
de la casa, que después se sentó frente al tablero, colocando las piezas y
dando cuerda al reloj de ajedrez. Y que, después de unos minutos, Baldez había
tenido un susto tan grande, que en seguida sus manos comenzaron a temblar y
que, aun así, se levantó y cerró la puerta.
De inmediato, el ajedrecista había regresado a la mesa
que sostenía el tablero y había movido el peón de rey dos casillas para
adelante, iniciando una partida de ajedrez. Después pulsó el botón que paraba
el reloj.
El hombre que relataba la historia suspiró y continuó
afirmando que el médico sabía que la próxima jugada no sería hecha por una mano
invisible, porque aquella situación no era espiritual, sino física; una
enfermedad del cuerpo y no del alma. Y el siguiente lance también fue hecho por
la mano de Baldez, lo que – a pesar de la certeza – tranquilizó a su amigo,
todavía envuelto en la oscuridad del pasillo.
Supimos que la partida siguió por casi una hora y que
todos los movimientos de piezas y paradas de reloj fueron hechos por Baldez que
ora demostraba excitación, ora demostraba nerviosismo; y en ciertos momentos
frustración, reflejada con el movimiento negativo de su cráneo.
Lo que ciertamente nos asustó fue la continuación del
relato hecha por aquel desconocida señor. El hombre continuó garantizando que
el médico tenía visión privilegiada del tablero y que próximo a completar una
hora de partida Baldez, que estaba sentado como si jugase piezas blancas, había
sufrido un jaque-mate de alfil, con el auxilio de una torre y de un peón negro.
La pieza que había dado el jaque-mate había sido la torre. Hasta ahí todo bien,
pero nuestro narrador nos aseguró que la torre se movió asustadoramente de un
lado a otro del tablero, pasando sobre las cuadrículas negras y blancas que
componían su hilera horizontal y sin la ayuda de Baldez, al que solo le quedó
hundir su rostro en las palmas de las manos y sollozar con un llanto abrupto.
Y que segundos después, cosa de tres o cuatro, Castor
Baldez había escrutado la oscuridad – donde el médico estaba observando –,
pidió disculpas por la molestia y agradeció la amistad que ambos habían
mantenido. Pero antes de ganar la noche, avisó que había perdido la partida y
el alma contra el Diablo. Después, salió corriendo de la residencia.
Nuestro narrador contó que el médico abrió mucho los ojos
de pavor, aún sumergido en la oscuridad y que, después de la huida de Castor
Baldez, una voz gutural, exhalando un fuerte y nauseabundo olor a azufre,
pronunció “jaque-mate” cerca de su oído izquierdo.
Quisimos saber lo que había ocurrido inmediatamente
después, pero nuestro contador de historias tenía prisa para volver al interior
de Río de Janeiro y reveló que en aquella noche el Gran Maestro ajedrecista
Castor Z. Baldez se había arrojado a un camión, muriendo al instante.
Preguntamos el nombre del médico y lo que había ocurrido
con él después de aquella noche. Supimos que él se había instalado en la ciudad
de Cartagena, en el sur de España, la semana siguiente a aquel hecho. Y que
allá había llevado una vida normal hasta suicidarse de un tiro en la boca,
hacía muchos años.
Lamentamos el triste final del médico, pero insistimos en
saber su nombre. Sin embargo, el viejo barbudo, sin tergiversar, nos avisó que
no iba a revelar el nombre de su padre. Nosotros, abrumados por la vergüenza,
le deseamos un buen viaje.
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