Cuento portugués: "El retirador de androides"

Continuamos con la colaboración entre la web portuguesa "Contos de terror" y este grupo, publicando relatos de ellos aquí y nuestros allí.

https://www.contosdeterror.site/

Publicamos el cuento titulado “El retirador de androides” de Paulo Soriano

 

EL RETIRADOR DE ANDROIDES

Paulo Soriano

Traducción de Ângelo Brea

 

Siempre he odiado a los androides. Aunque no haya sido el único, este fue el principal motivo por el que lideré, durante veinte años, el grupo de captura y retirada de robots de Biogenez, la más antigua empresa de fabricación de androides biológicos del mundo. Sus productos se confunden con la especie humana hasta el punto de que es imposible identificarlos, si este hubiera sido el designio de quien los fabricó o adquirió.

Todos saben que los androides imitan a la perfección al género humano. Usan el raciocinio como cualquier persona y comparten toda la gama de emociones propias de las personas naturales, cuyas funciones orgánicas reproducen cabalmente: incluso envejecen. Pero casi nunca enferman y no pueden reproducirse, entre sí o con seres humanos. Limitación que, para mí, parece una bendición. Por imitar al ente humano — este hecho a imagen y semejanza de Dios —, un bioandroide es, por sí mismo, una aberración, un insulto a la gloria divina. Imaginemos que esos robots abyectos pudiesen crecer y multiplicarse…

Como líder del equipo de captura y retirada, yo ejercía mis funciones con mano de hierro. Era implacable y cruel. Mi dedicación extrema a aquella actividad, que era mi razón de vivir, me hizo ser célibe. Renuncié al placer de constituir una familia, de amar a una mujer cariñosa y de tener con ella media docena de hijos e hijas, solamente para dedicarme, en cuerpo y alma, a la retirada de los robots orgánicos que presentaban un defecto de fabricación o cuya vida útil ya se hubiese agotado. A veces era un trabajo arriesgado, porque ellos siempre resistían heroicamente a la prisión. Pero yo siempre tenía éxito. Cuanto mayor era la resistencia, mayor era mi placer en subyugar y poner fuera de circulación a aquella degeneración herética. El grupo de exterminio, el último eslabón de aquella cadena, siempre me recibía con una calurosa sonrisa en los labios, pero el mío era aún más sincero y exaltado. Ayer, incluso, me habían jubilado obligatoriamente. Si mi voluntad hubiese prevalecido,  retiraría a los malditos androides hasta que me llegase la muerte. Pero la legislación aplicable a mi profesión es inflexible.

Cumplidos los veinte años, el agente de retirada de androides es automáticamente puesto en inactividad. Dicen que es una necesidad imperiosa renovar los equipos de captura. A pesar de dejarme desolado, acepté la nueva condición. Como tengo una salud de hierro, imaginé que podría, ahora, formar una familia: aún era joven y suficiente para ver mi prole crecer y hacerse adulta. Era en eso que estaba pensando cuando Luchkov, sin previo aviso, llegó a mi casa, acompañado por dos de nuestros mejores agentes retiradores. Sonreí cuando los vi. Había trabajado con Luchkov durante quince años y él siempre había sido mi mano derecha, mi buen y fiel camarada. Ahora era él, por recomendación mía, mi sustituto, el implacable jefe de los retiradores.

— ¿Una fiesta sorpresa, Luchkov? ¿Ha venido a celebrar conmigo y con nuestros amigos mi jubilación? — le pregunté.

— Esta no es, lamentablemente, Kolpakov, una visita social — me dijo Luchkov, secamente.

— ¿No? ¿Cómo es eso?

— Su vida útil se ha acabado, Kolpakov. Hemos venido a retirarlo.

Siempre había tenido una salud de hierro. Nunca me enfermé. Debería haber desconfiado...

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